025. cinnamon and sugar

chapter twenty-five
025. cinnamon and sugar

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COMIENZAN los preparativos para la inauguración del monumento conmemorativo de Sokovia. Apenas dos meses después del ataque de Ultrón, los habitantes de Sokovia presentan sus respetos a los fallecidos en la tragedia junto al lago situado donde una vez estuvo la mitad de la ciudad antes de ser destruida. Tony Stark, más conocido como Iron Man, se ha pronunciado por fin sobre las polémicas que rodean la participación de los Vengadores. Su discurso completo se puede encontrar en nuestra página web. La Fundación de Ayuda Stark ha enviado artículos de primera necesidad, alimentos, dinero y personal sobre el terreno para ayudar a reconstruir Sokovia, pero está claro que esta tragedia se hará patente durante generaciones. De nuevo contigo, Kyle.

Pamela colocó la cinta adhesiva sobre su última caja de cartón, viendo el clip de Sokovia cayendo en el cielo en su computadora portátil; observó el momento en que Iron Man y Thor destruyeron el taladro, y la ciudad en el aire en una poderosa explosión antes de que chocara contra el suelo. Los escombros llovieron en la caverna dejada por la mitad de la ciudad. Frunció los labios y arrancó la cinta. La pasó sobre su caja y respiró hondo, mirando alrededor de su habitación en el apartamento, y sintió que su corazón se retorcía por lo vacío que ahora parecía.

Estaba feliz de mudarse, pero al mismo tiempo, Pamela Daniels iba a extrañar este apartamento. Nunca se había sentido asentada, siempre estaba en movimiento, siempre viajando, nunca se había sentido capaz de respirar un poco de paz en un lugar que pudiera llamar suyo. Allí, en esta habitación, a pesar de que nunca se permitía acomodarse lo suficiente como para desempacar cada caja, incluso si su tocador estaba completamente vacío, Pamela sentía un dolor por su hogar cada vez que se alejaba de él por primera vez en mucho tiempo. Pero ahora, parecía que esta sería la última vez que tendría que despedirse de un lugar, al menos durante mucho tiempo.

Sus ojos se posaron en una revista que había tirado sobre el colchón sobre su cama. Se acercó y la recogió, la desdobló y logró burlarse un poco de gracia ante el titular. LA VÍBORA ROJA: ¿QUIÉN ES LA NUEVA MIEMBRO DEL DEL EQUIPO DE LOS VENGADORES? ¡EXCLUSIVO EN LA PÁGINA 3!

El pelo rubio y los dulces ojos azules aparecieron en la puerta abierta de la habitación de Pamela y ella detuvo la repetición de la noticia. Ellie apoyó las manos en el umbral y asintió con la cabeza a la caja de su cama.

—¿Es la última?

Pamela respiró hondo y suspiró.

—Sí —dejó a un lado la revista y trató de levantar la caja. Gruñó al forcejear.

Ellie soltó una risita.

—Creí que eras una Vengadora —bromeó ella y se acercó a la cama—. ¿Los Vengadores no tienen músculos? —Pamela entrecerró los ojos y le arrojó la revista. Ellie la atrapó fácilmente. Miró el titular y soltó una risita—. Ahora eres la estrella de los tabloides.

—No sé qué encuentran para hablar —murmuró Pam, cerrando la tapa de su portátil y metiéndolo en la mochila.

—Exacto —sonrió su compañera de piso, y le señaló la revista ahora que la había enrollado—. Eres un misterio para ellos, Pamela Daniels... y les encanta el misterio.

—Y tú eres una dramática —rió Pam, caminando alrededor del lateral de su cama para pararse cerca de su amiga, su querida amiga—. ¿Con quién usarás ese dramatismo sin mí aquí?

La sonrisa de Ellie se desvaneció ligeramente, pero se abrió paso para tocar el hombro de Pamela con la revista.

—Pues contigo. ¿De verdad pensabas que mudarte a esa nueva y elegante instalación en el norte del estado iba a deshacerte de mí? Piénsatelo dos veces.

Pamela se rió entre dientes.

—Jamás se me ocurriría —murmuró antes de fruncir las cejas: se estaba emocionando. Nunca se emocionaba. Respiró hondo y abrazó a su amiga con fuerza. Ellie sonrió y devolvió el abrazo, apoyando la barbilla en el hombro de Pamela, y la ex agente de S.H.I.E.L.D. hizo lo mismo—. Gracias —le susurró a Ellie.

—¿Por qué?

Pamela cerró los ojos y se relajó en el abrazo de su querida amiga.

—Por darme un hogar.

Ellie parpadeó para contener las lágrimas y se aferró aún más fuerte. Las dos amigas permanecieron allí durante mucho tiempo, cómodas en la comodidad y compañía de la otra.

—Gracias a ti por hacer de este lugar un hogar —susurró Ellie después de un rato y Pamela sonrió—. Esta habitación siempre estará aquí, siempre que la necesites.

Luego, su amiga se apartó y se secó las lágrimas. Dejó escapar una bocanada de aire y las dos se rieron.

—¿Por qué estamos llorando? —se rió Ellie y golpeó ligeramente a Pamela en el hombro—. Sé que vendrás a verme un montón, y será mejor que consiga un pase para entrar en el recinto para que podamos seguir viendo One Tree Hill.

—No lo dudes —asintió Pamela, agarrando la mochila.

La puso sobre su hombro e intentó agarrar su caja llena de libros viejos y colecciones antiguas, pero Ellie agitó las manos y se acercó arrastrando los pies.

—Tranquila, yo me ocupo...

—Uh, ¿estás segura de que...? —las palabras de Pamela quedaron atrapadas en el fondo de su garganta cuando Ellie recogió la caja sin problemas. Ella observó, atónita, cómo su amiga salía de la habitación casualmente hacia el carrito afuera en la sala de estar. La colocó delante.

Mirando hacia atrás, Ellie vio la mirada sorprendida de Pam y se encogió de hombros, avergonzada.

—He estado yendo al gimnasio.

—Ya... —murmuró Pam, todavía sacudiéndose su sorpresa inicial. Pasó sacudiendo la cabeza y las dos chicas empujaron lentamente el carrito con las últimas cosas de Pamela fuera del apartamento, rumbo al ascensor. Su vecino de al lado, que regresaba del trabajo para un breve almuerzo, abrió las puertas del ascensor. Ellie le dio un alegre agradecimiento por encima del hombro.

Llegaron al vestíbulo y arrastraron el carrito hacia el caos de las calles de Nueva York. Las bocinas de los autos resonaban en los oídos de Pamela, gritos, sonidos de construcción y charlas, todo ello confuso en un solo sonido que caracterizaba a Nueva York de una manera única y diferente a cualquier otra ciudad del mundo. Los caminos estaban repletos, el tráfico era horrible, pero la Gran Manzana tenía cierto encanto.

La gente se agolpaba y deambulaba alrededor de las chicas que luchaban con su carrito; con los auriculares puestos, los móviles pegados a las orejas, intentando encontrar sus billetes y tarjetas de autobús en sus carteras y monederos, y ninguno de ellos se detenía a considerar el mundo que les rodeaba, perdidos en el estupor de sus rutinas diarias. Resultaba casi cómico que ni siquiera reconocieran a la nueva Vengadora preferida de los tabloides, que se esforzaba por arrastrar su carrito hacia el coche aparcado en un lateral de la calle.

Sam Wilson abrió el maletero de su coche y saltó a la acera. Se quedó mirando las cajas, las bolsas y el espejo que Ellie sostenía contra las manijas del carrito para asegurarse de que no se rompiera. Hizo una mueca.

—Joder, chica —le dijo a Pamela—. Me tendría que haber traído un quinjet.

—Ja, ja —Pamela frunció el ceño a Falcon—. Qué gracioso.

—Apuesto a que podemos llevar dos coches —decidió Ellie, haciendo una mueca al ver el asiento trasero ya abarrotado del sedán de Sam—. Siempre que no me disparen los láseres en cuanto me acerque demasiado al complejo.

Sam soltó una carcajada y agarró la primera caja del carrito.

—Esto no es James Bond.

Entre los tres metieron todo lo que pudieron en el coche de Sam. Pamela rechinó los dientes mientras metía la pesada caja en el maletero junto a su maleta llena de ropa. Nunca se había permitido tener tanto porque siempre estaba de mudanza. Nunca se había dado cuenta de que podía llegar a tener tantas cosas, de que para sentirse tan cómoda en un lugar se permitiría coleccionar ropa, pequeñas baratijas, cubiertos y tantas cosas a las que estaba vinculada emocionalmente. Pamela no pudo evitar sonreír a pesar de ello.

Cuando el maletero estuvo abarrotado, se puso de puntillas y bajó la tapa con la ayuda de Sam. Una vez que estuvo asegurado, volvió a mirar hacia la fachada de ladrillo del complejo de apartamentos. Ese dolor volvió a su pecho, una sensación de despedirse de un lugar que había significado algo para ella por primera vez. Pero también era agridulce, porque finalmente Pamela también había encontrado un lugar al que siempre podía regresar, donde siempre era bienvenida pasara lo que pasara.

Y ahora, se dirigía a otro lugar donde era bienvenida. Un nuevo hogar entre un grupo de personas que la habían aceptado con los brazos abiertos. Un grupo disfuncional, sin duda, pero mientras estuviera dispuesta a quedarse con ellos (por mucho tiempo que fuera) nunca iban a echarla para que se las arreglara sola. Ellos la apoyaban, y ella estaba dispuesta a apoyarles. Un nuevo equipo. Y no había posibilidad de que Pamela se permitiera defraudar a su equipo, no otra vez. Se le había dado la oportunidad de encontrar la redención.

Se trataba de un trayecto lento, pero aunque no pudiera devolver las vidas que se perdieron, Pamela podía vengarlas.

Todo lo que no pudieron meter en el auto de Sam, lo metieron en el de Ellie. Pamela se deslizó en el asiento del conductor del sedán de Falcon y respiró hondo. Ella asintió, preparándose para la nueva vida que le esperaba en el norte del estado.

Sam la miró. Sabía lo que esto significaba para ella. Mientras arrancaba el coche, hizo una pausa y le dijo:

—¿Estás lista?

Pamela lo miró. Asintió de nuevo y estuvo segura.

—Sí. Estoy lista.

Sam sonrió y cambió de marcha. Dio marcha atrás desde el lugar donde había logrado estacionar su auto hacia las concurridas calles de Nueva York y se desvió hacia el tráfico, ignorando las numerosas bocinas de los autos que sonaban detrás de él mientras lo hacía.

Fue un largo viaje al norte del estado. El tráfico era horrible, como siempre, pero el propio trayecto era largo sin tener que reptar a pasos lentos fuera de Manhattan. Pero Pamela lo agradecía. Acunando una planta suculenta que le habían regalado (como regalo de cumpleaños adelantado de Ellie, porque era imposible que Pamela pudiera matar una suculenta), el largo trayecto le dio tiempo a prepararse para la nueva vida que iba a iniciar y lo que supondría. Desde que entró en S.H.I.E.L.D., había estado luchando: por un propósito, por elogios, por el legado de Coulson, por la familia. A partir de su salida, Pamela sintió un soplo de libertad que nunca había tenido en su vida, ni siquiera antes de que Coulson la encontrara, moviéndose de hogar de acogida en hogar de acogida. Pero aún así, anhelaba algo. Un sentido de propósito. Y aquí estaba, combatiendo de nuevo porque sin una batalla, una parte de ella seguía sintiéndose perdida, como si le faltara algo en la vida. Aunque no estaba segura de si esto colmaría ese hueco en su pecho, se preguntaba si sería un comienzo. Porque la sensación que experimentó al salvar a la gente de Sokovia e incluso simplemente a aquella mujer de la caída, le permitió comprender por fin que todo por lo que había pasado y para lo que se había entrenado había servido de algo. No estaba allí para matar, sino para salvar, para ayudar, para proteger, y eso la llenaba de un sentido del deber que no había tenido antes en S.H.I.E.L.D. Le agradaba aquella sensación. Podía luchar por ella. Y con esa lucha, llegó Steve, y con Steve, Pamela no se sentía tan perdida.

Llegaron a su destino a última hora de la tarde. Pamela miró por la ventanilla hacia las instalaciones que se alzaban sobre las verdes llanuras, rodeadas de espeso bosque en la costa del río Hudson. Originalmente, había sido un almacén de Industrias Stark, ahora se había transformado.

Las nuevas instalaciones de los Vengadores giraban en torno a un elegante complejo de varias plantas de un blanco inmaculado. Recubierto de gigantescos ventanales que se extendían desde el suelo hasta el techo en los niveles inferiores, Pamela podía ver en su interior suelos pulidos, pasarelas suspendidas y una concurrida recepción. A un lado del edificio central, el sol brillaba sobre una «V» de color rojo intenso. A medida que se acercaban a la rotonda a la sombra del edificio principal, pasaron frente a un enorme hangar y aeródromo, un cuartel militar para el entrenamiento de agentes, donde los reclutas corrían en grupos organizados a lo largo de los campos. Todo un complejo dotado de un campo de tiro, un campo de entrenamiento de combate, un garaje, helipuertos y muelles que se cernían sobre el río Hudson y drones de seguridad de alta tecnología que sobrevolaban el perímetro.

Era como S.H.I.E.L.D., pero diferente al mismo tiempo.

Sam condujo hasta un aparcamiento subterráneo con Ellie siguiéndolos en su pequeño Volkswagen. Pamela comenzó a ponerse ansiosa, sintiendo que se le oprimía el pecho. Mientras estacionaba, Sam la miró y notó sus nervios, incluso si intentaba ocultarlos.

—¿Todo bien?

Ella no dijo nada, pero él lo comprendió. Sam sonrió con tristeza.

—Todo irá bien —le aseguró—. Más que bien. Ser una heroína te sienta que ni pintado.

Pamela se rió entre dientes y sacudió la cabeza, modesta, o tal vez sin querer creer que era eso ahora porque la persona que solía ser nunca se imaginaría a sí misma como tal.

—Sólo intento hacer lo correcto —lo corrigió ella.

—¿No lo hacemos todos? —respondió él y sus palabras se instalaron en su pecho, alejando algunos de esos molestos nervios.

Pamela logró esbozar una pequeña sonrisa y levantó la mano.

—Vamos a salvar el mundo.

Sam sonrió y le estrechó la mano con firmeza antes de que ambos salieran.

La única sensación de paz que Steve Rogers podía encontrar en el interior del edificio de los Vengadores era unos cuantos pisos más arriba. Abajo, el resto de las instalaciones bullía de vida mientras trasladaban el siguiente cargamento de equipos desde su antigua torre en Manhattan hasta los laboratorios e instalaciones de entrenamiento de aquí. Observó cómo un grupo de agentes se esforzaba por arrastrar un carro lleno de cajas de chatarra de Stark desde su taller mientras su supervisor suspiraba con la frente caída contra su portapapeles.

Steve sintió una extraña sensación de familiaridad al ver la disciplina, la organización, los agentes corriendo y los reclutas entrenando bajo el sol. Era como si hubiera dado un salto temporal y estuviera luchando por mantenerse al día con gente como Hotch y los otros reclutas. Sintió las placas de identificación arder contra la piel debajo de su traje, un recordatorio de una época de antaño que para él, ocurrió hace menos de una década.

Vagó por los pasillos, calentado por la luz del sol que entraba por los cristales angulares de las ventanas a su izquierda. Tenía una vista perfecta fuera de los cuarteles y campos de entrenamiento.

Estaban recuperándose lentamente de lo ocurrido en Sokovia, pero recuperándose al fin y al cabo. Banner seguía desaparecido, aunque Steve tenía la sensación de que no quería que lo encontraran. No importaban los mensajes que enviaran al quinjet en el que despegó Hulk, ni las veces que Romanoff intentara encontrarlo a través de señales de radio y buscara avistamientos, el Dr. Bruce Banner parecía haber desaparecido de la faz de la Tierra. Si quería que lo encontraran, aparecería, sin importar el día. Sin embargo, Steve lo extrañaba. Era raro no pasar por delante del laboratorio y ver a Banner encorvado con las gafas en la punta de la nariz. Pero sabía que Romanoff lo sufría más que los demás y Steve sabía lo que era encontrar algo que has buscado toda tu vida y perderlo segundos después.

Steve miró brevemente su móvil, comprobando si había recibido algún mensaje; la anticipación lo llenó y era un sentimiento poco común que no había experimentado en mucho tiempo. Cuando vio que su pantalla estaba en blanco, guardó su teléfono en su bolsillo y miró a Tony y Thor caminando junto a él.

—Las reglas han cambiado —dijo Steve, continuando el debate que habían estado abordando desde la sala común. Steve asintió hacia el martillo de Thor mientras apoyaba sus manos en su cinturón.

—Necesitamos algo nuevo —estuvo de acuerdo Stark, señalando al Capitán América.

—Visión es inteligencia artificial —continuó Steve y Thor sacudió la cabeza, su majestuoso orgullo se desvaneció para revelar una sonrisa divertida.

—Una máquina.

—Entonces, ¿no cuenta?

—No, no es como la persona que levanta el martillo.

—Pues son otras reglas —Steve chasqueó los dedos hacia Tony.

—Un tío majo —continuó Tony. Él se encogió de hombros—. Artificial.

Gracias —subrayó Steve, feliz de que alguien entendiera su punto en este debate.

Thor se rió suavemente.

—Si puede empuñar el martillo, puede guardar la Gema de la Mente —decidió. Redujeron la velocidad hasta detenerse cerca de la escalera que los llevaría hacia los campos de entrenamiento—. Está segura con Visión. Y hoy en día, la seguridad escasea.

Steve asintió pero en realidad no estaba escuchando. Frunció el ceño hacia el suelo cuando de repente se le ocurrió una idea.

—Pero si metes el martillo en un ascensor...

—Subiría —Tony se golpeó ligeramente la frente con la mano ante esta revelación.

Steve arqueó las cejas y miró a Thor.

—El ascensor no es digno...

Thor rodó los ojos y puso sus manos sobre sus hombros, dándoles palmaditas con una suave diversión, de la misma manera que un ser mayor miraría a aquellos que no podían comprender el verdadero funcionamiento del universo, pero era entretenido ver que lo intentaban.

—Echaré de menos estas charlas.

—Si no te marchas, no.

El Dios del Trueno le sonrió a Tony. Suspiró y bajó las escaleras.

—No tengo elección. La Gema de la Mente es la cuarta de las Gemas del Infinito que aparece en los últimos años. No es una coincidencia. Alguien ha estado jugando a un juego muy complejo y nos ha usado como peones. Y una vez las piezas estén en posición...

—¿Un tres en raya? —ofreció Stark mientras salían hacia la tarde.

Steve suspiró y miró a Thor.

—¿Puedes averiguar que se nos avecina?

—Sí —asintió. Caminaron hacia el campo de hierba. Thor golpeó el pecho de Stark, e incluso con poca fuerza, Tony tropezó y tosió un poco—. Aparte de este, no hay nada que no se pueda explicar.

El Poderoso Thor se alejó de ellos cuando se detuvieron, adentrándose en el campo donde los rayos del sol convertían su cabello lino en oro brillante. Realmente parecía imponente en ese momento: un dios caminando entre mortales, y ellos tenían mucha suerte de tenerlo. Miró hacia ellos y ofreció a sus camaradas una última inclinación de cabeza.

Luego, con una vuelta de martillo, levantó el arma hacia el cielo. Luces brillantes de todos los colores del arco iris cayeron del cielo, tan cegadoras que Steve y Tony tuvieron que taparse los ojos. Una vez la luz se desvaneció, y miraron por encima de sus dedos, Thor había desaparecido. La única prueba de que había estado aquí era el laberinto de marcas quemadas en la hierba.

Stark la miró fijamente. Se subió más las gafas de sol a la nariz.

—A este hombre no le importan los cuidados del jardín —suspiró y se encogió de hombros. Él y Steve se dieron la vuelta y comenzaron a caminar hacia donde estaba estacionado el elegante auto dorado de Stark en la rotonda—. Aunque le echaré de menos. Y tú me echarás de menos a mí. Va a haber un montón de lágrimas varoniles.

Steve se rió entre dientes y rodó los ojos. Pero había verdad en las palabras de Tony: tal vez no sobre las lágrimas viriles, sino el dolor genuino en su pecho que le decía a Steve Rogers que a pesar de sus diferencias, extrañaría las bromas irritantes de Tony Stark.

Con Banner desaparecido, Thor regresando a Asgard, Barton retirado para pasar tiempo con su familia ahora que él y su esposa estaban felizmente superados en número, y Stark pronto siguiéndolo en su retiro, solo quedaban a Steve y Natasha reconstruir a los Vengadores.

—Te echaré de menos, Tony —admitió suavemente.

Lo miró cuando se detuvieron en la carretera.

—¿Sí? Bueno —deslizó sus manos en sus bolsillos—, ya es hora de que me retire. Quizá debería seguir los pasos de Barton. Montarle una granja a Pepper y esperar que no la vuelen.

Se detuvieron junto a su coche. Steve apoyó sus manos en su cinturón una vez más.

—La vida sencilla —murmuró.

Tony reconoció la ligera tristeza en el tono de Steve, incluso si él mismo no lo notó.

—Llegarás a eso —murmuró, asintiendo con la cabeza, no sólo tranquilizador, sino confiado en sus palabras. Él realmente lo creía.

Steve frunció los labios. Miró hacia el complejo. Volvió ese dolor en el pecho, un hueco que no podía llenar, por mucho que lo intentara, incluso antes de alistarse en el ejército. Aquí estaba, otra vez, librando y combatiendo una guerra que nunca terminaba con el escudo a la espalda. ¿Qué haría cuando terminara la lucha? ¿Adónde iría? ¿Se sentiría en paz? Nunca tuvo su día de victoria, nunca pudo volver a casa, se perdió para siempre, un fantasma de un soldado que no podía abandonar su campo de batalla por mucho que lo intentara. En el momento en que colgara el escudo, ¿podría volver a ser simplemente Steve Rogers? ¿Quién era Steve Rogers sin el escudo? Nunca sería el chico que una vez fue, y nunca tendría la oportunidad de aprender en quién podría convertirse después de todo lo que ha pasado.

No podía simplemente trabajar en alguna granja de Iowa. No podía construir una cabaña en el bosque y vivir allí el resto de sus días. Ni siquiera podía permitirse un apartamento en Brooklyn, y mucho menos una casa con un porche delantero y niños corriendo por los pasillos hacia la mesa del comedor para cenar.

Pensó en lo que Tony le había dicho en la granja de Barton. ¿No es esa la misión? ¿No es el "por qué" peleamos? ¿Para poder acabar con la lucha, para volver a casa?

—No lo sé —dijo finalmente, preocupado—. Familia, estabilidad... Quien quería eso se hundió en el hielo hace setenta y cinco años —Steve encontró la mirada de Tony, mostrándole una rara vulnerabilidad rota—. Y emergió alguien diferente.

Tony asintió. Se quedó en silencio mientras consideraba las palabras de Steve, y luego, le ofreció una pequeña sonrisa traviesa.

—Yo no renunciaría a eso todavía, Capiestalactita. ¿Quién sabe lo que te deparará la vida? Esa es la belleza de ella. Es impredecible.

Steve miró a los soldados que corrían por el perímetro. Algo pesado pesaba sobre sus hombros.

Tony abrió la puerta de su auto y entró, sentándose en el asiento del conductor. Observó a Steve atentamente.

—¿Estás bien?

Steve encontró su mirada. Respiró hondo, sin saber qué responder. Por el rabillo del ojo, notó que alguien más arrastraba un carrito a través de las ventanas del pasillo cerca de la vivienda. Parecía lista para asesinar a Sam, quien se quedó mirándola sin ofrecer ayuda. Su amiga Ellie estaba intentando empujar la caja en el carrito desde el otro extremo.

El problema que pesaba sobre sus hombros y su corazón pareció suavizarse. Sintió que podía volver a respirar.

—Sí —respondió a la pregunta de Tony—. Lo estaré.

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UNA VEZ QUE LA ÚLTIMA caja estuvo dentro de su habitación en el Complejo de los Vengadores, Pamela Daniels resopló y cayó sobre el colchón de su nueva cama, exhausta. Había luchado contra agentes y robots de HYDRA, contra el Soldado del Invierno con una herida de bala, pero ¿una mudanza? Era una hazaña que ni siquiera la Víbora Roja podría realizar sin dormir mucho después.

La habitación era espaciosa. Era más que una simple habitación: era un pequeño apartamento dentro de un complejo en el que se esperaba que viviera la mayor parte del tiempo. Tenía una cocinita, un baño privado (que también era de tamaño cómodo) y ventanas altas con vistas al río Hudson. Pamela dejó caer la cabeza y miró alrededor de la habitación, que por ahora estaba vacía, y trató de imaginarse viviendo aquí a largo plazo. Intentó imaginar dónde pondría las cosas, si habría desordenado el escritorio que le habían asignado o si lo habría movido. ¿Compraría una silla para colocarla cerca de las ventanas y poder apreciar la vista? ¿Encontraría finalmente un jarrón para la cómoda de la pared del fondo? Tenía la oportunidad de hacer este espacio completamente suyo, entonces, ¿por qué se sentía tensa ante la idea?

Se obligó a sentarse porque sabía que en el momento en que decidiera descansar, se quedaría dormida y nunca podría hacer nada. Pamela suspiró y se levantó, caminando hacia su cesto de ropa y agarrando sus sábanas.

Será un nuevo capítulo, se recordó mientras se detenía para admirar la vista desde la ventana de su dormitorio. Y aunque estaba ansiosa y tensa, había una parte de ella que también estaba emocionada y lo esperaba con gran expectación.

Decidió tirar las sábanas sobre su cama y caminar hacia su caja más pesada. La abrió y sacó las cosas que había llevado consigo a todos lados desde que las encontró. Pamela quitó con cuidado el papel de seda y el plástico de burbujas para revelar el viejo reloj antiguo. Debajo estaba la vieja colcha tejida. Se quedó mirando los nombres bordados en el cuadrado de la parte inferior con lana rosa: Victoria y Jack, marido y mujer que nunca llegaron a experimentar la vida que querían después de la Segunda Guerra Mundial. Pero incluso después de seguir adelante, Victoria se quedó la colcha de Jack hasta que falleció.

Dejó el reloj en su cómoda con gentileza y mucho cuidado; no funcionaba y marcaba siempre las tres en punto. Sin embargo, no intentó arreglarlo. Pamela lo apreciaba por lo viejo y roto que estaba, pero su carácter y su historia significaban más que cualquier otra cosa. Luego colocó la colcha sobre el respaldo de su sofá y sonrió. Después, por primera vez, sin importar a dónde se había mudado y qué lugar se convirtió en su hogar temporal, Pamela Daniels abrió su caja de cosas viejas y les dio un hogar fuera de las sombras polvorientas.

Alguien llamó a su puerta cuando terminó de hacer la cama. Miró hacia arriba justo cuando arrojaba su última almohada sobre el colchón contra la cabecera.

Una suave sonrisa suavizó su sonrisa cuando vio a Steve.

—Buenas —Pamela caminó y pasó por encima del laberinto que formaron sus cajas y maletas abiertas para llegar a la puerta—. Lo siento —se disculpó rápidamente—, está algo desordenado.

¿Algo? —repitió, y su resoplido exasperado se convirtió en algo dulce al ver la forma en que las comisuras de sus labios se elevaban en su pequeña sonrisa que ella encontraba muy entrañable.

—Vale —cedió Pamela, poniendo los ojos en blanco—. Mucho. Aunque me habría gustado tener la ayuda de un supersoldado para traerlo todo hasta aquí —añadió cuando Steve entró en su habitación, cerrando la puerta.

Steve hizo una mueca.

—Sí, lo sé, y lo siento —le dijo suavemente, a pesar de que ella estaba bromeando—. No he podido parar ni siquiera para respirar en todo el día. Pero te lo compensaré, lo prometo.

Pamela lo miró mientras se acercaban a las ventanas de su habitación. Inclinó la cabeza hacia Steve y solo entonces notó que parecía estar escondiendo algo detrás de su espalda.

—¿Y cómo? —le siguió la corriente.

—Con una cena —ofreció, con la respiración entrecortada con esa anticipación tímida y nerviosa tan diferente del hombre del traje que llevaba, con ese escudo en la espalda. Steve le sonrió ansiosamente—. ¿Esta noche? —luego frunció el ceño—. Espera, um... —cerró los ojos con frustración y sacó lo que escondía detrás de su espalda—. Quiero darte esto primero.

Pam soltó una suave risita, sin poder evitar la diversión al ver a Steve: tan alto, tan ancho y tan fuerte y seguro de sí mismo cuando tenía que serlo, y a la vez tan nervioso. Sin embargo, sus risitas se desvanecieron en suave sorpresa cuando él le reveló un pequeño ramo. Era sencillo: un grupo de tres rosas blancas con los pétalos a punto de caerse, envueltas desordenadamente en papel, pero el corazón de Pamela se hinchó de calidez al verlo. Extendió la mano y las cogió, y su respiración se entrecortó. Las sostuvo con delicadeza, temiendo romperlas, envenenarlas con su tacto, porque ¿quién era ella para merecer algo tan hermoso?

Steve se rascó la parte de atrás de la oreja.

—Lo siento, estás un poco... —hizo una mueca de nuevo cuando un pétalo cayó a la alfombra—. Bueno, ya lo ves. Las compré esta mañana y pensé que durarían más pero, eh...

—Flores y una cita —recordó Pamela con el corazón alegre. Había empezado a acostumbrarse a este sentimiento, uno suave y dulce que no era sofocado por su propio veneno. A ella le estaba empezando a gustar. Se encontró con la mirada de Steve, llena de adoración—. Gracias —susurró y volvió a mirar las rosas. Nadie le había regalado flores antes, no así.

Los nervios de Steve se calmaron al ver su reacción. Alargó la mano para apartarle el pelo que se le había caído de la pinza y se le había puesto en los ojos. Pamela se puso rígida y sus ojos se abrieron al contacto; quedó hipnotizada mientras le miraba. Nadie la trataba así, como si no estuviera rota. Como si no fuera alguien que había sido sinónimo de muerte y crueldad. Pero Steve podía ver a través de ella, hasta su corazón, debajo de cada trozo de armadura que solía llevar. Sonrió, tan hipnotizado como ella.

—Es lo menos que puedo hacer por mi mejor chica.

Le dio un vuelco al corazón.

Dejó las rosas sobre una de sus cajas y se puso de puntillas. Pamela atrajo a Steve y lo besó suavemente, con los labios rozando los suyos, y entre los dos se selló una promesa: mostrar siempre al otro la persona que era sin sus múltiples pieles, sus armaduras, sus escudos y sus mentiras, fuera quien fuera esa persona, y amarla. Estaban dispuestos a conocerse y a cuidarse totalmente al descubierto y vulnerables, piel con piel, con cada cicatriz y cada herida de batalla al descubierto. Era un tipo de danza que esperaba a la pareja adecuada para sostenerla de principio a fin.

Pamela se apartó lo suficiente para rozar su nariz contra la de Steve, y sintió su aliento hacerle cosquillas en los labios y las mejillas.

—¿Lo haremos de verdad? —murmuró, queriendo estar segura.

—Sí —la voz de Steve era un tono ronco que retumbaba profundo y bajo en su pecho, apenas más fuerte que un susurro. Y ella le creyó.

Deslizó sus brazos sobre sus hombros y alrededor de su cuello para atraerlo a un beso más profundo, su pasión alimentada por la sangre cruda y vulnerable que palpitaba en su corazón y que pertenecía a la chica que existía antes de que el mundo que la rodeaba decidiera destrozarla. Una chica llena de esperanza y compasión que, a pesar de su ceño fruncido, era genuinamente buena en cada respiro que tomaba, sin importar sus penas.

Steve sostuvo a esa chica y la protegió; la resguardó y la mantuvo a salvo de una forma que el resto del mundo nunca pudo ni quiso. Del mismo modo que ella lo vio, lo entendió y se preocupó por él más allá de las barras y estrellas, más allá de ese escudo, de un modo que todos los demás habían olvidado.

Aquí estaban otra vez, tan diferentes y al mismo tiempo tan similares en otro campo de batalla, todavía librando una guerra que no parecía tener fin para ninguno, pero al menos ya no estaban solos al enfrentarla. Se tenían el uno al otro.

END OF ACT TWO

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... end credits

A ELLA le encantaba el café con canela y extra de azúcar.

A Angel Kidd le encantaban las cosas dulces. Le encantaban las láminas de caramelo y la miel en el té. Disfrutaba con las tartas de limón y adoraba hornear galletas con doble chocolate (y a veces triple, tenía que meter todos los chocolates para asegurarse de que estaban incluidos, ¿no?) Su sueño, desde niña, había sido tener su propia pastelería como la de su madre, hornear todos los dulces que vendía, servir batidos que fueran más helado que leche, cubiertos de nata montada y endulzados con caramelo. Para dar a las familias un lugar en el corazón de una ciudad tan fría que se veía tocada por el calor amoroso y el cuidado extra, un lugar donde pudieran sentirse seguros y cómodos, donde sus hijos pudieran corretear y jugar. Un jardín secreto en una selva de cemento. Incluso al unirse a S.H.I.E.L.D., el plan siempre fue ese. Y tal vez algunos dirían que lo que le ocurrió a Angel Kidd en Australia le dio la oportunidad de cumplir por fin sus sueños de infancia, de encontrar la paz y ser feliz después de todo lo que había pasado. Y ella les diría que no era de las que se dejaban tratar con condescendencia.

Porque si bien ella puede ser golosa, Belladonna estaba lejos de ser un ángel.

Todos tenían máscaras para esconderse; la armadura que llevaban para ocultar quiénes eran realmente debajo de cada defensa y cada piedra añadida a su muro. Angel Kidd, que alguna vez fue agente de S.H.I.E.L.D. y que engañaba incluso a sus compañeros de trabajo sentados detrás de un escritorio administrativo, sabía cómo fingir ser alguien que no era. Era una maestra.

Sabía quién era y no se avergonzaba de la vida que había llevado antes de retirarse.

Sólo deseaba que no hubiera sido necesario casi morir y ver a casi todos los miembros de su equipo ser masacrados por un hombre para darse cuenta de que la vida que había vivido no era la que quería... ya no.

Angel Kidd suspiró mientras cerraba la puerta. Giró el letrero de Abierto a Cerrado cuando finalmente cerró el café por ese día. Cogió la toalla de mano del hombro y jugueteó con ella distraídamente, caminando hacia la trastienda para agarrar la aspiradora.

Pasó el televisor en la pared entre sus plantas colgantes y enredaderas artificiales. Frunció el ceño ante la noticia sobre Sokovia: a pesar de la tragedia y la muerte causadas por los Vengadores, todos estaban dispuestos a elogiarlos como héroes que salvaron el mundo. Si no fuera por los Vengadores, Ultrón nunca habría sido creado para ser tan poderoso en primer lugar.

Apretando los dientes, cogió el mando a distancia de detrás del mostrador y apuntó a la pantalla. Vaciló al ver una cara familiar en la pantalla. La Víbora Roja... usaba ese nombre como una insignia. Llamaban heroína a la Víbora Roja, y era una amarga ironía, porque no hacía mucho tiempo que ese nombre era sinónimo de una de las agentes más implacables que podía ofrecer S.H.I.E.L.D. No pretendía ser el nombre de una heroína, sino el de un arma mortal.

Angel lo sintió como un insulto en lo más profundo de su corazón, como un viejo dolor donde la bala había caído y casi la mata ese horrible día. Un dolor alimentado por la ira y el resentimiento.

Apagó la televisión y dejó caer el control remoto sobre el mostrador con lívida furia.

Limpió y cerró el resto de su cafetería con un audiolibro como ruido de fondo en lugar de las noticias, tratando de distraerse de los pensamientos y recuerdos amargos que se pudrían en su interior como veneno hirviendo. Angel colocó la comida sobrante en recipientes y se los llevó a su apartamento, que estaba justo encima. Subió la vieja escalera y empujó con el hombro la puerta cubierta de pintura descascarada.

El fuerte ruido de Nueva York se amortiguó en cuanto Angel cerró la ventana y dejó los recipientes en el mostrador de la cocina. Su apartamento era pequeño, pero acogedor. Encantador, en cierto modo, ya que no había un rincón sin algo de vegetación. Se enorgullecía de su apartamento. Desde que terminó su recuperación y abandonó por completo S.H.I.E.L.D., había tenido por fin la oportunidad de establecerse en algún sitio, así que aprovechó la oportunidad de encontrar un lugar que, sin importar sus viejas y chirriantes tablas, pudiera convertir en su propio santuario. Había sido curativo... y ella necesitaba curarse muchísimo.

Angel Kidd se quitó los rizos castaños de la cara y abrió el frigorífico para buscar un vaso de agua, ya que necesitaba algo fresco después de un día largo y ocupado. Cogió su tarro de suplementos de aceite de pescado y abrió la tapa. Nunca le gustó el aceite de pescado, pero le dijeron que sería bueno para su salud, por lo que, a regañadientes, compró un poco en la farmacia hace aproximadamente un mes. No había tomado ninguno todavía, pero por alguna razón, hoy decidió que ya había estado mirándolo durante suficiente tiempo y que debía hacerlo.

Se sirvió un vaso y tomó el suplemento, apreciando la bebida fría en su caluroso apartamento que ni siquiera sus numerosos ventiladores y aires acondicionados parecían poder arreglar.

Angel bebió el resto del agua y dejó el vaso junto al fregadero. Abrió uno de sus recipientes y tomó una rebanada de su pastel de limón casero. Cogió las migajas con la otra mano y le dio un mordisco.

Fue a sentarse, pero frunció el ceño al no poder moverse. Angel sintió algo extraño en su interior, un revoltijo en las tripas y una sensación de ardor que le hizo soltar el trozo de tarta alarmada. Miró hacia abajo, y sus ojos se ensancharon... un grito se agolpó en el fondo de su garganta, y el sonido quedó en silencio en su apartamento mientras veía cómo espesas cenizas negras y rocas se arrastraban por su estómago. No pudo hacer nada al ver cómo trepaba por su pecho y bajaba hasta sus piernas, envolviéndola y atrapándola en una jaula tan caliente que quemaba. Angel no podía hacer ningún ruido; pronto le subió por el cuello, le pasó por la boca y le llegó a la nariz. No podía luchar, no podía hacer nada...

Estaba congelada, una estatua encerrada en un capullo de roca y ceniza endurecida en el centro de su cocina.

Lentamente, la roca y la ceniza comenzaron a agrietarse. Se partieron. Los pedazos cayeron, se separaron del capullo y se desmoronaron en el piso de madera. Entonces, de repente, estalló y sus escombros cayeron en cascada y se derrumbaron en un montón.

Pero dentro no había nada.

Angel Kidd había desaparecido.

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una breve explicación para aquellos que no se hayan visto agents of shield:

angel pasó por la terrigénesis. en agents of shield, al final de la segunda temporada (spoilers a partir de aquí), lo que básicamente ocurre a la par que los eventos de age of ultron, es que los cristales terrígenos que se utilizan para provocar la transformación de los individuos que tienen el gen inhumano (y mata a los que no lo son), se filtraron en el océano y en los peces, etc. y aunque esa concentración no era dañina para aquellos sin el gen inhumano, se introdujo en los suplementos de aceite de pescado, los peces, etc. y causó una afluencia de transformaciones inhumanas en todo el mundo, lo que inició una crisis que duró prácticamente todo el resto de 2015 y después de los acontecimientos de civil war, hasta la cuarta temporada de agents of shield.

se crearon a partir de los kree, unos aliens azules que bajaron a la tierra e intentaron transformar a los primeros humanos en soldados para ellos inyectándoles su sangre. esto creó a los inhumanos, que eran tan fuertes y mortales, que los kree intentaron matarlos y abandonaron la tierra. pero vivieron, y a medida que la historia avanza, el gen se traslada a través de las familias, etc., y está inactivo hasta que lo activan los cristales. no son mutantes. estos poderes efectivamente ya estaban ahí en su genoma y simplemente se "despiertan" cuando pasan por la terrigénesis, a diferencia de los mutantes que son mutados, como dice su nombre. wanda y pietro son mutantes (bueno, wanda es un caso un poco especial), y daisy johnson, black bolt (que esta en dr strange multiverse of madness) etc son inhumanos.

así que, sí, angel es inhumana.

espero que aquellos que no hayan visto la serie puedan entenderlo con esta explicación.

¡nos vemos en civil war!

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